miércoles, 21 de mayo de 2008

Boca arriba, pensando, como tantas noches, en su muerte y en las ajenas. Si es el fin, si es el principio, si es la nada infinita, si es un eterno calvario o una abrumadora paz.
Intenta ver su cara, siempre iluminada por esa ráfaga que separa el ahora y lo que fue, viendo esa sonrisa que la traspasa y llena de armonía. Recordando la voz (lo único que no puede hacer, y más lamenta), saboreando el recuerdo, pensando – sabiendo- que se le acaban las formas de acariciarlo.
Ese instante mágico, tan ínfimo se termina. El espejo del baño, empañado y con esas gotitas que caen por los costados del marco, reflejan su dolor. Se mira. Se vuelve a mirar, hasta que su imagen se desdibuja y todo se vuelve nada, las formas no tienen sentido, como su dolor. Entonces se da cuenta de que nada importa. Ni la vida, ni la muerte. No importan ni los ponientes ni las generaciones… Ni siquiera Chaung-tzé y la mariposa que lo sueña…